1 feb 2008

HOMENAJE A GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA EN SEVILLA


UN RAMILLETE DE VERSOS SOBRE SU TUMBA EN EL 135 ANIVERSARIO DE SU MUERTE



A su entierro, sólo acudieron seis amigos poetas el 1 de febrero de 1873. Hoy en Sevilla, ocho amigos también poetas nos hemos reunido para hablar de ella, leer sus poemas y leerle los nuestros.



Fue una revolución en Sevilla, por su belleza de criolla y por otro lado por la espiritualidad y el encanto de ser inteligente y sensible.

Fascinó a muchos hombres y provocó amores apasionados pero también el rechazo instintivo en algunos. Y ese rechazo, como puede verse al leer sus cartas, fue precisamente por su condición de escritora, de mujer intelectual, de ser humano independiente, libre de opinar y libre de elegir. Esa condición fue su desgracia: ella misma, muy clarividente declaró a uno de sus amantes: “Jamás he sido feliz, ni he hecho feliz a nadie”
En 1840 está feliz de vivir en Sevilla, y también le encantan los sevillanos, tiene muchos amigos y conocidos. Escribe y escribe sin parar en periódicos de Sevilla y de Cádiz con el seudónimo de LA PEREGRINA.
En Sevilla estrena su primera obra de teatro “Leoncia”
Y escribe su primera novela “SAB”, la primera novela abolicionista de la historia de la literatura universal. Fue escrita diez años antes que la famosa novela “La cabaña del tío Tom” y 40 años antes de que se aboliera la esclavitud. En "Sab", la Avellaneda despliega su abierta forma de pensar canalizada en tres aspectos:
la libertad absoluta del ser humano para amar,
la condena de los prejuicios
y la defensa del negro en una trama que escandalizó en su época por tratarse del amor de una dama blanca y un esclavo negro.

Tula, la Peregrina o La Avellaneda, como así se la conocía luchó siempre por la igualdad de los seres humanos y por la justicia. Por eso en su época escribían sobre ella "Estamos en la obligación de admirar a esta mujer incomparable y poetisa de alto vuelo, que perdurará mientras perdure la lengua castellana y mientras haya amantes de lo bello, de lo grande y de lo extraordinario".

Su gran amor desde joven fue Ignacio de Cepeda, un aristócrata andaluz, frío y calculador. Le escribió cartas durante prácticamente toda su vida. Cepeda las fue guardando a pesar de que La Avellaneda le hizo prometer que las destruiría. Son cartas de amor y su autobiografía, de ahí lo fácil y útil que han sido para conocer a esta mujer tan extraordinaria. A pesar de ser su amante durante años Ignacio de Cepeda se casó con otra mujer, Doña María de Córdoba, quien, un año después de la muerte de su marido (hacía años que ya había muerto La Avellaneda), y sabiendo lo importante que sería para la historia de la literatura ese tesoro de cartas, ayudó a que se publicaran.
El segundo gran amor de su vida fue Gabriel Tassara, también sevillano, periodista, metido en política y mediocre poeta. Ambos se enamoraron locamente. Pero Tassara nunca suscitó en los lectores admiración por los poemas que escribía y por tanto sintió rabia y envidia por el éxito de su amante.
De la relación amorosa nació la única hija de Gertrudis, María-Brenhilde, pero Tassara no quiso saber nada desde que se quedó embarazada y la relación se rompió. La niña enfermó y cuando agonizaba, a los siete meses de edad, La Avellaneda le escribió cartas desgarradoras para que fuera a dar a su hija el cariño que le había negado desde su nacimiento. Le amenazó incluso con llevar a su hija muerta en brazos a uno de los teatros más populares de Madrid para que todos se enteraran de que él era el padre y no la había querido. Pero no cumplió su terrible amenaza. Tampoco Tassara acudió a su llamada, no llegó a conocer a su hija.
Tras la muerte de la niña, la Avellaneda, se hunde. Durante mucho tiempo está loca y desesperada hasta que un joven enamorado de ella la convence para casarse, para darle su cariño y su compañía. Se casan, Gertrudis comienza a sentirse querida y bien, pero la mala suerte quiere cebarse otra vez con ella y su marido muere a los seis meses de casarse.
No puede ya con su vida y se encierra en el Monasterio de Loreto en Burdeos.
Pasó el tiempo y por fin regresó a España, concentró toda su energía en escribir (quizás lo único que podía salvarla).
Madrid se tiende a sus pies. Se estrenan 19 obras de teatro que son aplaudidas con fervor. No deja de asistir a recitales y en todos los periódicos hablan de ella y se disputan el poder publicarle sus escritos. Toda la prensa española está plagada de noticias sobre la Avellaneda.

Pasan los años y se casa de nuevo, con Domingo Verdugo, y la mala suerte vuelve a visitarla, a consecuencia de una de sus obras de teatro exitosas, un desconocido se enfrentó a él y tras una discusión sacó un afilado estoque de la vaina del bastón y le hirió gravemente en el pecho. Tiempo después su segundo marido murió.

Poco a poco fue perdiendo a sus amigos de juventud y a sus seres queridos: su hermano Manuel y su hermana Pepita. Por otra parte los gustos literarios comenzaron a cambiar y arrinconaron a la Avellaneda, ya no sale en periódicos, ni goza de noches de estreno. Está enferma de diabetes.
En los dos últimos años de su vida en Madrid se cambia de domicilio doce veces.
Muere, y a su entierro sólo acuden seis amigos. Más tarde sus restos fueron trasladados aquí, a Sevilla, donde yace también su querido hermano Manuel y su marido Domingo Verdugo.

2 comentarios:

ESPERANZA. G dijo...

Fue un acto muy íntimo y sentimental, en el cual rompimos el silencio con la entrga de nuestros poemas.
Gracias por haberlo organizado

Maykel dijo...

Querida Edith, da mucho gusto enterarse que no olvidan a la Avellaneda en Sevilla, la ciudad donde amó a Cepeda, el sitio que deparó la providencia a sus despojos...
He visto tu documental y me pareció un homenaje sencillo e inspirado, como hubiese querido la poeta.
A la Avellaneda hemos estado disputándola durante mucho tiempo cubanos y españoles; creo, sin embargo, que hay Gertrudis suficiente para ambas patrias.
En estos días encontré después de mucho tiempo las cartas dirigidas a Cepeda en los estantes de una feria de verano. Me creí en el deber de restituirle algún recuerdo de parte de mi ciudad, mucho más cuando la Avellenada estuvo entre nosotros y fue agasajada por nuestros poetas en 1860. Una calle sagüera, curiosamente de la periferia, lleva su nombre. Y no ha de asombrar esa situación periférica, si fue la Avellaneda una mujer volcada bien lejos de lo que su época entendía como el centro, a pesar de la fama y el reconocimiento que no pudieron escatimarle.
Te invito a pasar por mi blog.
Un abrazo.